¿Cuándo fue que creímos que debíamos ser completamente felices, que las cosas debían salirnos tal como lo deseábamos, que el progreso debía ser sencillo y que nada debía ser demasiado difícil?¿Cuándo fue que creímos que a nuestro alrededor la gente debía comportarse como nosotros lo esperábamos, de acuerdo con nuestros mismos valores y nuestra lógica? ¿Cuándo fue que decidimos que sólo seríamos felices si a nuestros alrededor las cosas funcionaban adecuadamente?
Los seres humanos luchamos con nuestra propia insatisfacción, buscamos la gratificación absoluta y aquello que nos brinde bienestar pleno. Las personas solemos sufrir debido a nuestras altas expectativas puestas en los otros, en la vida y en nosotros mismos. Los comerciales y las películas han promovido la evitación de la insatisfacción como si esa fuera la solución a nuestra infelicidad. Buscar la satisfacción plena en cualquier área de la vida es un absurdo, tal vez eso sea parte de una obsesión perfeccionista que tenemos las personas.
No sufrimos por la insatisfacción en sí misma, sufrimos por nuestras expectativas elevadas y la frustración de las mismas. Sufrimos porque nos hemos creído que necesitamos aquello que deseamos, porque nos hemos vuelto intolerantes frente a la realidad. No es cuestión de anular toda expectativa, sino más bien de aprender a lidiar con nuestros deseos frustrados y la desilusión que ello trae aparejado. Aceptar no es fácil pero resulta ser una excelente estrategia.
Nótese que aceptar y resignarse no tienen el mismo significado. Uno puede luchar por complacerse, por cumplir sus sueños, por cambiar el mundo si quisiera y al mismo tiempo aceptar la realidad entendiendo que todo puede suceder, comprendiendo las desilusiones y lidiando de forma sana con ellas. En palabras más sencillas, uno podría decidir ser feliz aceptando que la frustración será parte inevitable de la vida.
Ni las personas a nuestro alrededor, ni la realidad, ni siquiera nosotros mismos cumpliremos con todas nuestras expectativas. Nunca nada será suficiente, siempre buscaremos más. El problema no es desear, sino más bien tener la creencia que de eso depende nuestro bienestar emocional.
Siempre habrá algo de que quejarse porque la disconformidad se encuentra a la vuelta de la esquina. La queja prolongada puede llevarnos a la insatisfacción permanente, al enojo, la angustia y la apatía. La queja constante elimina nuestra capacidad para afrontar los problemas porque utilizamos toda nuestra energía en rumiar en vez de actuar, en lidiar con nuestras emociones en vez de construir alternativas y posibilidades.
Deberíamos empezar a hacernos amigos de la insatisfacción, a flexibilizar nuestras expectativas, a tolerar que la gente responda de formas diversas y a soportar la frustración para vivir de modo más saludable. En definitiva, la insatisfacción nos ayuda a mejorar, nos motiva a avanzar y le da sentido a nuestras vidas. La insatisfacción nos permite establecer nuevos desafíos, aprender y superarnos.
Jacqueline Lapidus
LIFE COACH
Psicóloga. Universidad de Belgrano. Argentina.
Entrevista de Orientación vía webcam sin cargo.
Primera Entrevista de Orientación sin cargo vía Webcam.
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